sábado, 7 de junio de 2014

Valesïa: PRIMERA PARTE "INVASIÓN", CAPÍTULO 25



Valesïa: Primera Parte "Invasión", Capítulo 25

25

La nueva Valesïa tenía una vitalidad extraordinaria.

Ahora era más delgada, pero muchísimo más ágil y fuerte. Hasta Linx se sorprendió la primera vez que la vio caminar como auri, ya que no hizo el más mínimo ruido. Caminaba como un felino, como un depredador.

También, su vista ya era perfecta; su olfato y gusto, sublimes, y su oído, asombroso, y se ponía alerta ante el más exiguo ruido, por pequeño que fuere. Y respecto al tacto, podía descubrir qué clase de magia portaba un objeto con sólo tocarlo.

Físicamente cambió muchísimo. Sus cejas, finas, se arquearon hacia arriba; y sus ojos de gato eran completamente diferentes y con el iris verdísimo, llamativo, y podía ver en la oscuridad. Sus cabellos se volvían azules con la luz del sol, igual que el mismo pelo de Karia, su unicornio, pero tornaban a un negro azabache al llegar la oscuridad de la noche; su nariz era más fina; las orejas le crecieron considerablemente, y terminaban en punta, como le ocurría a todos los auris.

En definitiva, con su nueva identidad sentía una fuerza interior feroz.

Además, ahora soñaba como auri. Sus sueños eran más claros y de ellos debía aprender mucho, como ya le habían aconsejado anteriormente.

—En los sueños hay magia —le explicó en el pasado Tag, el misterioso mago.

Y era verdad, por supuesto. En los sueños también podía descubrir muchas cosas, viajar donde quisiera y hasta entrar en la mente de cualquier persona, aunque eso era peligroso, evidentemente. Linx era su maestro, y solían soñar siempre juntos.

«Si entramos en la mente de alguien, hay que tener siempre mucho cuidado», le advirtió el felino. «Generalmente, si se trata de hombres o monstruos, como tarkos o minotauros, no hay peligro, excepto en los magos. También hay tarkos de gran poder, tenlo en cuenta, y los dîrus son siempre muy peligrosos».

«¿Se puede indagar en la mente de alguien estando despierto?», había preguntado ella.

«Sí, pero eso es más peligroso aún. Los magos y los brujos acostumbran a hacerlo cuando luchan. Así desconciertan a sus enemigos y les obligan a hacer cosas contra su voluntad».

«¿Y si nos descubren?».

«Si el enemigo es poderoso podría matarnos…».

La muchacha seguía sorprendiéndose de los cambios. Le gustaban y se sentía mucho mejor. Sabía, ciertamente, que era más diestra con la espada y mejor arquera, y sobre todo más resistente en el combate.

«Aquí empieza nuestra aventura», dijo el lince.

Se encontraban en una colina, todavía en el bosque, pero delante se extendía un paisaje muy diferente.

Un vasto campo empezaba donde terminaban los árboles. Valesïa vio cómo el terreno era desigual, se elevaba para luego descender una y otra vez, formando pequeñas cordilleras de pinos negros y abetos. A lo lejos distinguió un río pequeño.

De repente las sombras se extendieron por toda la tierra, como una plaga mortal.

«Ya era hora», dijo Valesïa, mirando a su compañero.

Linx vio una viva alegría en sus ojos verdes.




«¿Sabe Ariûm dónde está la espada?», preguntó la muchacha.

«No, pero también la buscará», respondió el lince.

Ya era noche cerrada.

Habían montado el campamento entre dos árboles altos. Valesïa cazó un pato en un arroyo. La piel era dura, pero comía con ganas. Desde que se había transformado en auri siempre tenía hambre.

«Tienes que recuperar la energía perdida», le dijo Linx, «por eso tu cuerpo te exige alimento. Cuando estés totalmente recuperada no tendrás tanto apetito, sólo el normal en un auri».

Utilizó el arco que le regaló la eshïa Marëlia, y con un disparo certero alcanzó al animal a la primera. No tenía que fabricar flechas, porque gracias al amuleto siempre tenía lleno el carcaj.

Además, descubrió que con el Corazón de Enëriel podía conseguir cosas materiales, como ropa, flechas y otros objetos que iba necesitando; también provocar fuego y obtener agua, aunque en pequeñas cantidades; hacerse invisible y muchas otras cosas. Cada día averiguaba algo nuevo y el amuleto no dejaba de sorprenderla.

Pero también descubrió lo que no podía obtener: armas —excepto las flechas— y comida, por ejemplo.

Terminó de repelar los huesos del ánade y se limpió las manos mientras se relamía los labios. El lince ya había cenado y, como de costumbre, lo había hecho aparte.

«¿La buscará?».

«Sí. Él también tiene colaboradores que le asesoran».

«¿Cómo lo sabes?», preguntó otra vez la muchacha.

«El Consejo de Bosque sabe cosas que te sorprenderías».

Valesïa comprendió.

«Son poderosos», dijo.

«Sin duda».

«Sobre todo, el moik y la eshïa».

«Pero no pierdas de vista a los demás».

Valesïa asintió mientras se le abría la boca de cansancio.

«Ya tienes sueño».

«Hoy, el día ha sido agotador».

«Hemos ido muy rápidos», desde que la muchacha auri se había recuperado sólo dos días atrás no habían parado ni un momento. Iban a contrarreloj.

«También hemos perdido bastantes días de camino», dijo Valesïa.

«Pero es mejor que mutaras en el bosque».

La muchacha sabía que era verdad, porque fuera del bosque estaban desprotegidos.

Se tumbó en el suelo, pegada a Linx, y cerró los ojos.

Después se levantó y caminó por un sendero solitario, esta vez en sueños. El lince marchaba a su lado.





Valesïa
Copyright©, COSTA TOVAR Miguel Ángel, 2013-2014

2 comentarios:

  1. Extraordinario el cambio producido. Lo que me asombra más es el poder de adentrarse en la mente de los demás, y los sueños premonitorios. Saludos. ¡Nos leemos!

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